martes, 13 de enero de 2009

sin ganas de nada....

Sé a qué hora empezó esta pesadilla, lo que desconozco es en qué momento se me salió de las manos.

Padezco los síntomas que muchos conocen sobre un trastorno alimenticio: me preocupo demasiado por mi físico, como en grandes cantidades, lo que me genera una terrible culpa y vomito para compensar. Lo que pocos saben es lo que está pensando una persona como yo, de hecho, muchos lo encuentran estúpido y ven una fácil solución al problema: si vomitas, pues come balanceadamente y ya está, es lo que me dicen.

Pienso en la comida como una adicción: algo que no controlo, en lo que pienso a cada momento, en la salida al aburrimiento, tristeza y ansiedad. Tal como un alcohólico o drogadicto, el exceso le hace daño a mi cuerpo. Eso es algo que sé, conozco mucho esta enfermedad, el dilema está en aplicar lo que he aprendido con horas de psicología, foros y lecturas de autosuperación. Pero, supongo, yo misma me lo prohíbo, como si deseara castigarme o destruirme.

Parte de la solución, que como decía encuentro a veces irrealizable, es reconocer este cuerpo y empezarme a enamorar de él. Muchas veces me miro al espejo, recorro con el tacto y la mirada una a una las estrías generadas por subir y bajar tanto de peso; juego a correr con las manos la piel que me sobra en la cintura; e intento hacerme a la idea de que mi contextura es un vestigio de una cultura latina, voluptuosa y de pechos pequeños.

Este ejercicio verdaderamente ayuda, hasta que uno sale a la calle y escucha en el bus, salón, trabajo y en todas partes a mujeres hablando de lo mal que se sienten por lo que acaban de comer, del bultico de aquí y de lo gorda que llegó de vacaciones aquella compañera. Es por eso que una termina saliendo poco, detestando las invitaciones a restaurantes y encerrándose en sí misma.

Por ejemplo, detesto decirlo, las mujeres vigilamos lo que comen las demás. Nos hace sentir mejor que la de al lado coma un chorizo grasoso y nosotras una ensalada. Pocas se percatan de ello, y yo lo hago porque estoy realmente obsesionada con la comida y compararme es un ejercicio diario.

La pesadilla no acaba con eso. Luego una va a leer cualquier cosa en una revista y todo son tetas y perfección corporal. Intenté meterme en la cabeza que no son mujeres reales, son estúpidas y la vida se les va en un gimnasio por un ideal de belleza que, al fin al cabo, es efímero. Cuando me lo creí, me di cuenta de que ser flaca no era lo único, ni lo más importante, que me motivaba a vomitar. También estaba la falta de seguridad, aburrimiento, cansancio, rabia, soledad y la necesidad de aprobación, sobre todo eso. Por esa razón fue que comenzó el ‘problemita’.

Desde el colegio necesitaba la aprobación de mis compañeras para estar en su grupo, de los hombres que me gustaban y, sobre todo, de mi hermana mayor: una mujer exitosa y delgada. Ella decía que yo podía bajar de peso y que, incluso, me pagaba el tratamiento. En ese momento empezaron las dietas, pastillas, cremas y, en fin, todo lo que pudiera hacer para perder unos tres kilos que me sobraban.

Bajar de peso era un motivo de reconocimiento. Era considerada una señorita disciplinada, admirada e inexplicablemente triste. Maltratar mi cuerpo, antes y ahora, me hace sentir profundamente vacía e insatisfecha, ya que nunca es suficiente el peso que se pierde o los halagos que se obtengan. Además, está mi mamá: la que escucha sin preguntarme el porqué de mi llanto, la que no me juzga por la cantidad de estupideces que digo cuando estoy en crisis y la que me abraza sin pedirme nada a cambio. Esa es la clase de aprobación que necesito.

Detesto pensar en las calorías de la comida, en la inevitable imperfección de mi cuerpo y en el vómito como una salida nada cómoda y dolorosa de un previo atrancón de comida. En este punto me queda difícil saber cuándo comí mucho o poco: a veces, dos rodajas de pan integral son suficientes para sucumbir e ir al baño.

De hecho, hace unos meses me sentí desesperada porque vomitaba unas cuatro veces al día y decidí ir al médico. La doctora de turno me dijo que yo no era bulímica porque si lo fuera se me notaría. ¿Es que esperaba a que estuviera en las peores condiciones para considerar mi caso? Este es un típico caso de negligencia, en la que vale más lamentar que prevenir.

En ocasiones me doy cuenta de que la gente lleva razon
que me destruyo por segundos....
pero no tengo ganas de nada...